domingo, 29 de septiembre de 2013

El infierno verde bajo el agua: ¿Desastres en Tabasco?, 1910-2007


El infierno verde bajo el agua:
¿Desastres en Tabasco?, 1910-2007
Miguel Angel Díaz Perera
Investigador, El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR),
Unidad Villahermosa. Departamento de Sociedad, Cultura y Salud, e-mail: mdiaz@ecosur.mx

 Publicado en  Ecofronteras, no. 46

Cada año, al acercarse el mes de octubre, como un fantasma el temor a una inundación ronda por los hogares tabasqueños. A 6 años de distancia, después de aquél fatn ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽alta de confianza en las decisiones gubernamentales, han creado una creciente desesperanza y sensaciídico año 2007 cuando el agua desbordada cubrió cerca del 62% del estado, la falta de confianza en las decisiones gubernamentales, anécdotas de abuso y sospecha de corruptelas, han creado una creciente desesperanza y sensación de recurrencia que alimenta ese espectro que transita con cara de incredulidad y molestia. Sabiéndose vulnerables, los tabasqueños se muestran confundidos de cómo, en el tránsito de unas pocas décadas, surgieron catástrofes que apuntan a una intensificación por una probable concurrencia con el cambio climático; se preguntan cómo fue que antes un evento que sucedía todos los años, en cuestión de medio siglo se convirtió en desastre.
Como saben los tabasqueños, en especial los villahermosinos que sus padres y abuelos vivieron crecientes antes anuales, los alrededores de la capital tabasqueña son lagunas y humedales (vide imagen 1 y 2) con una infinidad de arroyos tal como lo muestra el croquis topográfico de Juan N. Reyna de 1884 y 1885, con nivel promedio de 10 metros sobre el nivel del mar[1]. Este entorno, se vincula además con un sistema de cuencas que proviene del alto Usumacinta y Grijalva con origen en territorio guatemalteco que entre montañas y declives llega hasta una planicie con una leve inclinación hacia el Golfo de México que convierte a Tabasco en un enorme delta o llanura húmeda aluvial expuesta a grandes precipitaciones pluviales y a escurrimientos serranos, condición evidente en el hermoso mapa de Alberto Correa de 1891 (vide imagen 3). Sólo Villahermosa, como murallas naturales tiene varios afluentes, el río Carrizal, de la Sierra y Viejo, lo que genera condiciones propicias para crecidas extraordinarias, las más recientes y de mayor impacto en 1980, 1999, 2007 y 2010.
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Imagen 2
Imagen 3

Por estas circunstancias, las inundaciones nunca fueron extrañas. La más conocida en la historia es el llamado Diluvio de Santa Rosa el 30 de agosto de 1782 donde según Carlos Martínez Assad en Breve historia de TabascoLa riqueza fue arrasada: se inundaron las haciendas de ganado, que se habían introducido con particular éxito, así como las plantaciones de cacao, por lo que muchas familias quedaron en la miseria”. En la época colonial, la ausencia de oro y plata junto con el clima tropical y abundancia de alimañas, alejó a los españoles salvo quienes incentivaron un punto de retirada ante la colonización de Yucatán como fue el caso de Francisco de Montejo y el pueblo de Santa María de la Victoria, antecedente de Villahermosa. Para 1895 había en Tabasco 135,000 habitantes, gente fundamentalmente de campo, como narra Fernando Tudela en La modernización forzada del trópico “…a comienzos del siglo XX Tabasco era un estado bastante aislado del resto del país, escasamente poblado (poco más de 5 hab/km2 en promedio), dedicado casi exclusivamente a la agricultura, con escasas vinculaciones con el exterior...” Con poca población y la abundancia de agua, fue natural que los pobladores se asentaran en puntos altos aprovechando los ríos como medios de comunicación; éstos prosperaron y con el tiempo se convirtieron en cabeceras municipales: Tenosique, Balancán, Jonuta (vide imagen 4 y 5), Montecristo (hoy Emiliano Zapata) en la ribera del río Usumacinta; Frontera y San Juan Bautista (hoy Villahermosa) en el Grijalva; Tacotalpa y Jalapa en el río de la Sierra; Macuspana en el Puxcatán; Cunduacán, Jalpa y Nacajuca sobre el río Cunduacán; y Comalcalco y Paraíso en el río Seco, antiguo cauce del Mezcalapa.

Imagen 4. Litografía (segunda mitad del siglo XIX) de Désiré Charnay

Imagen 5. Fotografía (1952), Archivo Histórico del Agua

Los ríos eran las venas abiertas de un comercio dinámico que hizo posible el esplendor de los barcos de vapor (vide imagen 6) y cayucos que iban y venían en las cercanías. Los caminos de herradura poco se utilizaban pues como apunta el historiador Elías Balcázar en Tabasco en sepiase volvían intransitables en una buena parte del año, durante la época de lluvias y crecientes” y llegaban a quedar hasta 4 metros bajo el agua. Con todo, las crecientes no eran vistas necesariamente como una calamidad. Por ejemplo, don Adolfo Ferrer, medico cirujano, afectado por la dotación de un ejido en las cercanías de Villahermosa en 1935, al cuestionar el repartimiento, apuntó:
“…en cada uno de los años y cuando las grandes avenidas de agua inundaban los campos, hiciese trabajos adecuados, en donde invertía considerablemente suma de dinero, para que el limo quedase sobre la superficie elevándola y fertilizándola a fin de que se convirtiese en terreno provechoso lo que antes no era adecuado para la vegetación.”

Imagen 6

Para don Adolfo Ferrer la creciente era benéfica para propósitos agrícolas. Para el ensayista tabasqueño Andrés Iduarte (1907-1984), director general del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en 1952, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Columbia y autor de la novela autobiográfica Un niño en la revolución mexicana, mientras pasó su infancia en Tabasco, presenció una inundación que frustró su traslado a la capital mexicana en el contexto de los conflictos revolucionarios, si bien hubo muertos, pestilencia y enfermedad, la describió como
“Susto para nuestros padres, alegría para los chicos, sobre todo cuando el nivel del agua alcanzó medio metro dentro de la casa. Porque eso significaba que afuera ya se podía navegar. Así vivimos quince días, para mí de dicha. Andábamos sin zapatos y navegábamos en canoas y cayucos. Recorríamos el pueblo y sus alrededores. La corriente del río arrastraba cadáveres de perros, de gatos, de caballos; racimos de plátanos; troncos de árbol; verdes islas de Jacinto… Una gama de cosas y colores que nos seducían.”

Como apunta el profesor Álvaro Ruiz Abreu (1947- ), en su espléndido artículo  “Tabasco: una cultura del agua”, la historia de la planicie tabasqueña se “construyó una sociedad aldeana, reñida de provincianismo y atraso…”, en medio de esas “aguas que han visto por siempre los tabasqueños, unas veces como lluvia torrencial, otras como líquido vital para el cultivo, fuentes de vida…”, que presenciaron a una cultura del agua que propició “un estrecho contacto con la naturaleza que hace del hombre en Tabasco un ser que debe domar los calores, los moscos, las inclemencias del tiempo; un hombre que no teme enfrentarse a los problemas inmediatos…” Existían formas de vida, hábitos y costumbres, trazas urbanas, actividades económicas, establecimientos poblacionales que estaban habituados a las secuelas ambientales más o menos regulares (como las inundaciones) producto de una larga experiencia histórica de exposición; esto generó un reconocimiento territorial, prácticas y conocimientos culturales que tuvieron repercusión en la vida y cultura material. No obstante, en algún momento este pueblo con una cultura del agua, pareció desandar su historia. Y lo que antes era natural, una expresión de la inclemencia de naturaleza, se tornó soberbia y tomó rostro de desastre.
Durante el siglo XX, las inundaciones se mantuvieron. Previa, catastrófica, se recuerda la de 1879 después de una lluvia catastrófica de 130 horas, y posteriormente, existen fotografías de 1910, 1918, 1920, 1927, 1932, 1952 (vide imagen 7, 8 y 9); el mismo Ing. Luis Echeagaray Bablot interesado en la historia de la cuenca Grijalva en 1955 dejó a la posteridad algunos cálculos del impacto (vide tabla 1). Para sorpresa de los tabasqueños, posterior a un Plan Nacional de Integración que propuso el presidente Lázaro Cárdenas, en el sexenio del presidente Miguel Alemán Valdez entre 1946 y 1952, a partir del modelo del Tennessee Valley Authority (TVA), se conformaron comisiones de administración de las principales cuencas del país como proyectos de desarrollo, la primera fue la Comisión del Río Papaloapan y el 27 de junio de 1951 se decretó La Comisión de Grijalva. En 1953, Ruiz Cortínez prometió:
“El estado de Tabasco recibirá gran impulso al quedar liberado de las inundaciones, mediante las obras de control que se harán en el Río Grijalva y con ellas la explotación intensiva de no menos de 500,000 hectáreas de tierras consideradas por los técnicos entre las más fértiles del mundo. (Aplausos)”

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Las obras invadieron la planicie tabasqueña en dos momentos:
1)      Entre 1959 y 1972. Con la construcción de obras de almanecamiento. En 1955, se empezó la Presa de Raudales de Malpaso (Nezahualcóyotl), en 1969 la Angostura (Dr. Belisario Domínguez), en 1974 la de Chicoasen (Ing. Manuel Moreno Torres), para terminar en 1979 con Peñitas.
2)      Entre 1972 y 1985. Con el inicio en 1965 del Plan Chontalpa y las carreteras como intento de integración, se posibilitó el Plan Balancán-Tenosique, como subproyectos que pretendieron incentivar las bondades agrícolas del campo tabasqueño con el afán de volverlo la “Holanda de México”.


Aunque en papel, la Comisión del río Grijalva y los respectivos subproyectos (Plan Chontalpa, Plan Balancán-Tenosique, Plan Tacotalpa, entre otros) partían de una visión integral de la cuenca Grijalva, la realidad fue otra. Fue un reordenamiento territorial exclusivo de las tierras bajas, como asegura Fernando Tudela en La modernización forzada del trópicoprimero se intervino en la cuenca baja y luego se concretaron las obras en la cuenca alta, que básicamente consistieron en grandes y costosos vasos de almacenamiento.” Esta modificación de los flujos acompañado de canales de alivio, desagues, bordos, malecones, puentes, compuertas en el transcurso de cuatro décadas modificó sustancialmente la experiencia histórica de los tabasqueños habituados a las secuelas ambientales más o menos regulares (como las inundaciones). Si bien, las inundaciones anuales desaparecieron, las extraordinarias se mantuvieron. En 1955, sobre la inundación acaecida en 1952, Echeagaray Bablot descubrió que:
 “…se vé que el 51% de las aguas provino de las cuencas altas del Grijalva y el Usumacinta, y el 49% fué motivado por lluvias locales. Es decir, la cuenca alta y la cuenca baja aportaron más o menos la misma cantidad de agua en la creciente de octubre de 1952. Las lluvias de la zona baja fueron muy abundantes, pero las de la cuenca alta tuvieron una proporción normal de las crecientes ordinarias. Cuando son muy abundantes las lluvias tanto en la cuenca alta como en la baja, y el escurrimiento de aquellas ocurre simultáneamente con las lluvias de la parte baja, las inundaciones toman caracteres catastróficos, como las de 1879, 1918, 1927 y 1932.”

El Ing. Echeagaray llamó la atención sobre la existencia de inundaciones grandes: “las inundaciones que pudiéramos llamar ‘normales’, ocurren cada 4 ó 5 años; las extraordinarias no tienen un ciclo más o menos definido y se presentan cada 5 a 10 años”. Posterior a la enorme infraestructura construída por la Comisión del río Grijalva, hubo varios llamados de atención sobre estas inundaciones extraordinarias, los más relevantes en 1973 y 1980, esta última cuando se ostentaba como gobernador del estado el Ing. Leandro Rovirosa Wade, ferviente promotor del sistema de presas hidroeléctricas y antes secretario de Recursos Hidráulicos. Ya para este momento, el fantasma del desastre hizo aparición como un acontecimiento nombrado “sin precedentes”. En el cuarto informe de gobierno, se lee:
“Nos sentimos profundamente conmovidos por el gesto de solidaridad y de hermandad que el señor Presidente de la República nos demuestra con su presencia aquí, en estos momentos en que una conflagración de la naturaleza ha interrumpido el ritmo de trabajo de Tabasco y que ha sido conocida a través de los diversos medios de comunicación de todo el país: la inundación que sufrió la ciudad de Villahermosa y otros lugares del Estado, debido a una continua lluvia de varios días que constituye un fenómeno sin precedentes en la historia de nuestra región.”

La condición de reordenamiento exclusivo de las tierras bajas, provocó poca atención en la media y alta (en especial en Guatemala) donde surgían los escurrimientos más importantes que en periodos de cinco a doce años coincidían con grandes precipitaciones pluviales en la cuenca baja. Las obras acentuaron la condición de vulnerabilidad al cuadricular el territorio como albercas que ante crecientes menores detenían los excesos, pero al contrario, al sobrepasarlos realzaban los encharcamientos. Fue así que poco tiempo después, de nuevo otro evento “sin precedentes” hizo aparición. Para 1999, siendo gobernador el Lic. Roberto Madrazo Pintado, la sombra del desastre apareció otra vez (vide imagen 10). No obstante, fue el momento para repensar la política hidráulica en la región con la ingenua idea de restituir el sentido del comportamiento original de la cuenca.

Imagen 10

Fue así que se realizó un estudio fechado en 1997 titulado Cuenca Grijalva-Usumacinta Estudio de Gran Visión para las Obras de Protección de la Planicie que partió de un modelaje “del comportamiento hidráulico de las inundaciones” con el propósito de restituir cauces, reconocer la función de pantanos y lagunas, establecer zonas de regulación o amortiguamiento y mejorar y/o utilizar la infraestructura existente como parte de un sistema y no como obras individuales. De ahí surgió la idea de un Plan de Acción Urgente (PAU) y un Plan de Acción Inmediata (PAI) con la idea de evitar en breve repeticiones de inundaciones y permitió acelerar obras en tres sistemas: a) la Sierra, b) Mezcalapa-Samaria, y c) Carrizal-Medellín. En el año 2000, se continuó con el Proyecto Integral para la Protección contra Inundaciones de la Planicie de los ríos Grijalva y Usumacinta y en 2007 con el Análisis conjunto de los ríos de La Sierra: Plan Integral para el Aprovechamiento del río Grijalva.
Diez años después de empezar los trabajos de planeación, se presentó de nuevo una inundación extraordinaria. Esta última, en 2007, con efectos en cerca de 1,500 localidades de las cuales 90% fueron rurales, 123 mil vivienda, 1.5 millones de damnificados (75% de la población), 73% de la red de carreteras, 570 mil hectáreas agrícolas, en total más de 3,100 millones de dólares, en comparativo el 29.31%; de la estimación del Producto Interno Bruto (PIB) del estado. Se planteó entonces el Plan Hídrico Integral de Tabasco (PHIT) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) como marco para fortalecer los planes de acción (PAU y el PAI).
Como muestra de la necedad humana, a pesar de un ambicioso programa de obras de contención y desviación a través de compuertas y escotaduras, las condiciones de riesgo siguen alentando el fantasma de nuevos desastres pues la experiencia ha enseñado que ninguno de estos programas ha detenido las inundaciones extraordinarias. Con todo y los estudios recientes, se puede concluir que un desastre se construye históricamente, en particular cuando nació el Tabasco moderno, el Tabasco nuestro como la crónica de desastres anunciados.


[1] Aproximadamente el 60% del territorio tabasqueño está a un nivel inferior a 20 metros sobre el nivel del mar (msnm). La altura promedio de 11 de las 17 cabeceras municipales está por debajo de esta cota: Cárdenas 15 msnm, Comalcalco 9 msnm, Cunduacán 10 msnm, Frontera 2 msnm, Huimanguillo 20 msnm, Jalpa 8 msnm, Jonuta 15 msnm, Macuspana 17 msnm, Nacajuca 5 msnm, Paraíso 2 msnm y Villahermosa 10 msnm.