El infierno verde bajo el agua:
¿Desastres en Tabasco?, 1910-2007
Miguel Angel Díaz Perera
Investigador, El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR),
Unidad Villahermosa. Departamento de Sociedad, Cultura y Salud, e-mail: mdiaz@ecosur.mx
Publicado en Ecofronteras, no. 46
Cada año, al acercarse el
mes de octubre, como un fantasma el temor a una inundación ronda por los
hogares tabasqueños. A 6 años de distancia, después de aquél fatn ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽alta de confianza en las decisiones gubernamentales, han
creado una creciente desesperanza y sensaciídico año 2007 cuando el agua desbordada cubrió cerca del 62% del
estado, la falta de confianza en las decisiones gubernamentales, anécdotas de
abuso y sospecha de corruptelas, han creado una creciente desesperanza y
sensación de recurrencia que alimenta ese espectro que transita con cara de incredulidad
y molestia. Sabiéndose vulnerables, los tabasqueños se muestran confundidos de
cómo, en el tránsito de unas pocas décadas, surgieron catástrofes que apuntan a
una intensificación por una probable concurrencia con el cambio climático; se
preguntan cómo fue que antes un evento que sucedía todos los años, en cuestión
de medio siglo se convirtió en desastre.
Como
saben los tabasqueños, en especial los villahermosinos que sus padres y abuelos
vivieron crecientes antes anuales, los alrededores de la capital tabasqueña son
lagunas y humedales (vide imagen 1 y 2)
con una infinidad de arroyos tal como lo muestra el croquis topográfico de Juan
N. Reyna de 1884 y 1885, con nivel promedio de 10 metros sobre el nivel del mar. Este entorno,
se vincula además con un sistema de cuencas que proviene del alto Usumacinta y
Grijalva con origen en territorio guatemalteco que entre montañas y declives
llega hasta una planicie con una leve inclinación hacia el Golfo de México que convierte a Tabasco en un enorme delta o llanura húmeda
aluvial expuesta a grandes precipitaciones pluviales y a escurrimientos
serranos, condición evidente en el hermoso mapa de Alberto Correa de 1891 (vide imagen 3). Sólo
Villahermosa, como murallas naturales tiene varios afluentes, el río Carrizal, de
la Sierra y Viejo, lo que genera condiciones propicias para crecidas
extraordinarias, las más recientes y de mayor impacto en 1980, 1999, 2007 y
2010.
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Imagen 1 |
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Imagen 2 |
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Imagen 3 |
Por
estas circunstancias, las inundaciones nunca fueron extrañas. La más conocida
en la historia es el llamado Diluvio de Santa Rosa el 30 de agosto de 1782
donde según Carlos Martínez Assad en Breve
historia de Tabasco “La riqueza fue arrasada: se inundaron las haciendas
de ganado, que se habían introducido con particular éxito, así como las
plantaciones de cacao, por lo que muchas familias quedaron en la miseria”. En
la época colonial, la ausencia de oro y plata junto con el clima tropical y
abundancia de alimañas, alejó a los españoles salvo quienes incentivaron un
punto de retirada ante la colonización de Yucatán como fue el caso de Francisco
de Montejo y el pueblo de Santa María de la Victoria, antecedente de
Villahermosa. Para 1895 había en Tabasco 135,000 habitantes, gente
fundamentalmente de campo, como narra Fernando Tudela en La modernización forzada del trópico “…a comienzos del siglo XX Tabasco era un estado bastante aislado del
resto del país, escasamente poblado (poco más de 5 hab/km2 en
promedio), dedicado casi exclusivamente a la agricultura, con escasas
vinculaciones con el exterior...” Con poca población y la abundancia de
agua, fue natural que los pobladores se asentaran en puntos altos aprovechando
los ríos como medios de comunicación; éstos prosperaron y con el tiempo se
convirtieron en cabeceras municipales: Tenosique, Balancán, Jonuta (vide imagen 4 y 5), Montecristo (hoy Emiliano Zapata)
en la ribera del río Usumacinta; Frontera y San Juan Bautista (hoy
Villahermosa) en el Grijalva; Tacotalpa y Jalapa en el río de la Sierra;
Macuspana en el Puxcatán; Cunduacán, Jalpa y Nacajuca sobre el río Cunduacán; y
Comalcalco y Paraíso en el río Seco, antiguo cauce del Mezcalapa.
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Imagen 4. Litografía (segunda mitad del siglo XIX) de Désiré Charnay |
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Imagen 5. Fotografía (1952), Archivo Histórico del Agua |
Los
ríos eran las venas abiertas de un comercio dinámico que hizo posible el esplendor
de los barcos de vapor (vide imagen 6) y cayucos
que iban y venían en las cercanías. Los caminos de herradura poco se utilizaban
pues como apunta el historiador Elías Balcázar en Tabasco en sepia “se volvían
intransitables en una buena parte del año, durante la época de lluvias y
crecientes” y llegaban a quedar hasta 4 metros bajo el agua. Con todo, las
crecientes no eran vistas necesariamente como una calamidad. Por ejemplo, don Adolfo
Ferrer, medico cirujano, afectado por la dotación de un ejido en las cercanías
de Villahermosa en 1935, al cuestionar el repartimiento, apuntó:
“…en cada
uno de los años y cuando las grandes avenidas de agua inundaban los campos,
hiciese trabajos adecuados, en donde invertía considerablemente suma de dinero,
para que el limo quedase sobre la superficie elevándola y fertilizándola a fin
de que se convirtiese en terreno provechoso lo que antes no era adecuado para
la vegetación.”
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Imagen 6 |
Para
don Adolfo Ferrer la creciente era benéfica para propósitos agrícolas. Para el
ensayista tabasqueño Andrés Iduarte (1907-1984), director general del Instituto
Nacional de Bellas Artes (INBA) en 1952, profesor de literatura
hispanoamericana en la Universidad de Columbia y autor de la novela
autobiográfica Un niño en la revolución
mexicana, mientras pasó su infancia en Tabasco, presenció una inundación
que frustró su traslado a la capital mexicana en el contexto de los conflictos
revolucionarios, si bien hubo muertos, pestilencia y enfermedad, la describió
como
“Susto para
nuestros padres, alegría para los chicos, sobre todo cuando el nivel del agua
alcanzó medio metro dentro de la casa. Porque eso significaba que afuera ya se
podía navegar. Así vivimos quince días, para mí de dicha. Andábamos sin zapatos
y navegábamos en canoas y cayucos. Recorríamos el pueblo y sus alrededores. La
corriente del río arrastraba cadáveres de perros, de gatos, de caballos;
racimos de plátanos; troncos de árbol; verdes islas de Jacinto… Una gama de
cosas y colores que nos seducían.”
Como apunta
el profesor Álvaro Ruiz Abreu (1947- ), en su espléndido artículo “Tabasco: una cultura del agua”, la historia
de la planicie tabasqueña se “construyó
una sociedad aldeana, reñida de provincianismo y atraso…”, en medio de esas
“aguas que han visto por siempre los
tabasqueños, unas veces como lluvia torrencial, otras como líquido vital para
el cultivo, fuentes de vida…”, que presenciaron a una cultura del agua que
propició “un estrecho contacto con la
naturaleza que hace del hombre en Tabasco un ser que debe domar los calores,
los moscos, las inclemencias del tiempo; un hombre que no teme enfrentarse a
los problemas inmediatos…” Existían formas
de vida, hábitos y costumbres, trazas urbanas, actividades económicas,
establecimientos poblacionales que estaban habituados a las secuelas
ambientales más o menos regulares (como las inundaciones) producto de una larga
experiencia histórica de exposición; esto generó un reconocimiento
territorial, prácticas y conocimientos culturales que tuvieron repercusión en
la vida y cultura material. No obstante, en
algún momento este pueblo con una cultura
del agua, pareció desandar su historia. Y lo que antes era natural, una
expresión de la inclemencia de naturaleza, se tornó soberbia y tomó rostro de
desastre.
Durante el siglo XX, las inundaciones se mantuvieron.
Previa, catastrófica, se recuerda la de 1879 después de una lluvia catastrófica
de 130 horas, y posteriormente, existen fotografías de 1910, 1918, 1920, 1927,
1932, 1952 (vide imagen 7, 8 y 9); el mismo Ing. Luis Echeagaray
Bablot interesado en la historia de la cuenca Grijalva en 1955 dejó a la
posteridad algunos cálculos del impacto (vide tabla 1).
Para sorpresa de los tabasqueños, posterior a un Plan Nacional de Integración que
propuso el presidente Lázaro Cárdenas, en el
sexenio del presidente Miguel Alemán Valdez entre 1946 y 1952, a partir del
modelo del Tennessee Valley Authority (TVA), se conformaron comisiones de administración de las principales cuencas del país como
proyectos de desarrollo, la primera fue la Comisión del Río Papaloapan y el 27
de junio de 1951 se decretó La Comisión de Grijalva. En 1953, Ruiz Cortínez prometió:
“El estado de Tabasco recibirá gran impulso al quedar
liberado de las inundaciones, mediante las obras de control que se harán en el
Río Grijalva y con ellas la explotación intensiva de no menos de 500,000
hectáreas de tierras consideradas por los técnicos entre las más fértiles del
mundo. (Aplausos)”
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Imagen 7 |
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Imagen 8 |
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Imagen 9 |
Las
obras invadieron la planicie tabasqueña en dos momentos:
1) Entre 1959 y 1972. Con la construcción
de obras de almanecamiento. En 1955, se empezó la Presa de Raudales de Malpaso
(Nezahualcóyotl), en 1969 la Angostura (Dr. Belisario Domínguez), en 1974 la de
Chicoasen (Ing. Manuel Moreno Torres), para terminar en 1979 con Peñitas.
2) Entre 1972 y 1985. Con el inicio en
1965 del Plan Chontalpa y las carreteras como intento de integración, se posibilitó
el Plan Balancán-Tenosique, como subproyectos que pretendieron incentivar las
bondades agrícolas del campo tabasqueño con el afán de volverlo la “Holanda de
México”.

Aunque en papel, la Comisión del río Grijalva y los
respectivos subproyectos (Plan Chontalpa, Plan Balancán-Tenosique, Plan
Tacotalpa, entre otros) partían de una visión integral de la cuenca Grijalva, la
realidad fue otra. Fue un reordenamiento territorial exclusivo de las tierras
bajas, como asegura Fernando Tudela en La
modernización forzada del trópico “primero
se intervino en la cuenca baja y luego se concretaron las obras en la cuenca
alta, que básicamente consistieron en grandes y costosos vasos de
almacenamiento.” Esta modificación de los flujos acompañado de canales de
alivio, desagues, bordos, malecones, puentes, compuertas en el transcurso de
cuatro décadas modificó sustancialmente la experiencia histórica de los
tabasqueños habituados a las secuelas ambientales más o
menos regulares (como las inundaciones). Si bien, las inundaciones anuales
desaparecieron, las extraordinarias se mantuvieron. En 1955, sobre la
inundación acaecida en 1952, Echeagaray Bablot descubrió que:
“…se vé que el 51%
de las aguas provino de las cuencas altas del Grijalva y el Usumacinta, y el
49% fué motivado por lluvias locales. Es decir, la cuenca alta y la cuenca baja
aportaron más o menos la misma cantidad de agua en la creciente de octubre de
1952. Las lluvias de la zona baja fueron muy abundantes, pero las de la cuenca
alta tuvieron una proporción normal de las crecientes ordinarias. Cuando son muy abundantes las lluvias tanto
en la cuenca alta como en la baja, y el escurrimiento de aquellas ocurre
simultáneamente con las lluvias de la parte baja, las inundaciones toman
caracteres catastróficos, como las de 1879, 1918, 1927 y 1932.”
El Ing.
Echeagaray llamó la atención sobre la existencia de inundaciones grandes: “las inundaciones que pudiéramos llamar
‘normales’, ocurren cada 4 ó 5 años; las extraordinarias no tienen un ciclo más
o menos definido y se presentan cada 5 a 10 años”. Posterior a la enorme infraestructura construída por la Comisión del río
Grijalva, hubo varios llamados de atención sobre estas inundaciones
extraordinarias, los más relevantes en 1973 y 1980, esta última cuando se
ostentaba como gobernador del estado el Ing. Leandro Rovirosa Wade, ferviente
promotor del sistema de presas hidroeléctricas y antes secretario de Recursos
Hidráulicos. Ya para este momento, el fantasma del desastre hizo aparición como
un acontecimiento nombrado “sin precedentes”. En el cuarto informe de gobierno,
se lee:
“Nos sentimos profundamente conmovidos por el gesto de
solidaridad y de hermandad que el señor Presidente de la República nos
demuestra con su presencia aquí, en estos momentos en que una conflagración de
la naturaleza ha interrumpido el ritmo de trabajo de Tabasco y que ha sido
conocida a través de los diversos medios de comunicación de todo el país: la
inundación que sufrió la ciudad de Villahermosa y otros lugares del Estado,
debido a una continua lluvia de varios días que constituye un fenómeno sin
precedentes en la historia de nuestra región.”
La
condición de reordenamiento exclusivo de las tierras bajas, provocó poca
atención en la media y alta (en especial en Guatemala) donde surgían los
escurrimientos más importantes que en periodos de cinco a doce años coincidían
con grandes precipitaciones pluviales en la cuenca baja. Las obras acentuaron
la condición de vulnerabilidad al cuadricular el territorio como albercas que
ante crecientes menores detenían los excesos, pero al contrario, al
sobrepasarlos realzaban los encharcamientos. Fue así que poco tiempo después,
de nuevo otro evento “sin precedentes” hizo aparición. Para 1999, siendo
gobernador el Lic. Roberto Madrazo Pintado, la sombra del desastre apareció
otra vez (vide imagen 10). No obstante, fue el momento para repensar
la política hidráulica en la región con la ingenua idea de restituir el sentido
del comportamiento original de la cuenca.
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Imagen 10 |
Fue así que se realizó un estudio fechado en 1997 titulado Cuenca
Grijalva-Usumacinta Estudio de Gran Visión para las Obras de Protección de la
Planicie que partió de un modelaje “del comportamiento hidráulico de las inundaciones” con el
propósito de restituir cauces, reconocer la función de pantanos y lagunas,
establecer zonas de regulación o amortiguamiento y mejorar y/o utilizar la
infraestructura existente como parte de un sistema y no como obras
individuales. De ahí surgió la idea de un Plan de Acción Urgente (PAU)
y un Plan de Acción Inmediata (PAI) con la idea de evitar en breve repeticiones
de inundaciones y permitió acelerar obras en tres sistemas: a) la Sierra, b)
Mezcalapa-Samaria, y c) Carrizal-Medellín. En el año 2000, se continuó con el Proyecto Integral para la Protección contra
Inundaciones de la Planicie de los ríos Grijalva y Usumacinta y en 2007 con
el Análisis conjunto de los ríos de La
Sierra: Plan Integral para el Aprovechamiento del río Grijalva.
Diez años después de empezar los trabajos de planeación,
se presentó de nuevo una inundación extraordinaria. Esta última, en 2007, con efectos en
cerca de 1,500 localidades de las cuales 90% fueron rurales, 123 mil vivienda, 1.5
millones de damnificados (75% de la población), 73% de la red de carreteras, 570
mil hectáreas agrícolas, en total más de 3,100 millones de dólares, en comparativo el 29.31%;
de la estimación del Producto Interno Bruto (PIB) del estado. Se planteó entonces el Plan Hídrico Integral
de Tabasco (PHIT) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la
Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) como marco para fortalecer los planes de acción
(PAU y el PAI).
Como muestra de la necedad humana, a pesar de un
ambicioso programa de obras de contención y desviación a través de compuertas y
escotaduras, las condiciones de riesgo siguen alentando el fantasma de nuevos
desastres pues la experiencia ha enseñado que ninguno de estos programas ha
detenido las inundaciones extraordinarias. Con todo y los estudios recientes, se puede concluir que un desastre se construye
históricamente, en particular cuando nació el Tabasco moderno, el Tabasco
nuestro como la crónica de desastres anunciados.